jueves, 20 de septiembre de 2012

Dramione


Draco seguía sin poder pronunciar palabra mientras Hermione se quitaba la túnica y desabrochaba los botones de su blusa. No la entendía. Simplemente no la comprendía, y no lo lograría jamás. Detestaba tanto que fuera así, tan impredecible, tan anormal. Aún no existía la palabra justa que pudiera describirla. Había tenido entre sus brazos a las mejores mujeres de Hogwarts, todas unas zorras que usaban la ropa interior y pijamas más provocativas que existían dentro del mundo mágico. Y ahora.. ¿Dónde estaba? Estaba en el cuarto de una Gryffindor, una chica común y corriente, impura, y que usaba pijama de vaquitas. Lo peor era que no comprendía por qué todo aquello lo volvía loco. Era, quizás, el simple hecho de que con ella podía ser él mismo, no tenía que verse obligado a fingir. ¿Cómo hacerlo si ella no era como las otras? Cualquier otra ante el simple hecho de tener a “Draco Malfoy” en su cuarto se hubiera puesto el atuendo más provocador que encontrara en su armario. Pero no, no Hermione Granger; a ella le daba igual. Actuaba como si él no fuera más que otro muchacho, uno del montón. Le importaba poco si sus pijamas resultaban ridículos, o si su rostro permanecía desprovisto de maquillaje. Era ella misma, sencilla y natural ¿Por qué tenía que ser tan perfecta? 















La odiaba, cuánto la odiaba.

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